El otoño siempre es una estación feliz para mí. Primero ya no hace un calor cerdo y segundo porque vaticina la llegada del invierno que trae ya de lleno el frío y la lluvia, ambas cosas que me placen en demasía!
Pero además de eso, la llegada del invierno y el frío traen otras consecuencias a mi casa: los animales, como en todo el mundo, migran. Hacia nuestra cama. Los gatos consideran que los humanos (más bien yo) somos una aceptable fuente de calor y cada vez más eso deriva en que amanezco rodeada de -y a veces sepultada en- gatos.
Por su parte, el perro también considera que hay que dormir en la cama y la cosa va más o menos así:
Claro que al espacio azul que me queda hay que sumarle un gato a los pies (Demian) y uno abrazado conmigo (Pankrasio).
Debo reconocer que la verdad es que, bromas e incomodidad aparte, esta situación es principalmente deliciosa para mí. No hay nada mejor que acostarse con frío rodeada de cutinis, perroscafés y mi mono!
Y luego, cuando el frío ya se instala y las estufas empiezan a reinar mi casa (no podemos optar a la calefacción central porque hay que tener siempre abierto para los gatos y no sale muy a cuenta la cosa si todo se escapa por la ventana) empieza la verdadera batalla: un ajedrez complejo de posiciones y movimientos sutiles para establecer quién tendrá la posición estratégica frente a la Toyotomi.
No comments:
Post a Comment